23 de marzo de 2008

De aquí y de allá

Otro día más que te encierras en casa, escuchando trágicas canciones de desamparados. Masoquistas dolidos, dichosos en el fondo. Cada acorde agujerea tu alma. Te la revuelve y marchita; te recuerda por qué estas así. Placentero dolor que se regocija en la amargura. Y ya sabes que este no es un buen estilo de vida.

Hay una mujer con una voz ciertamente entrañable, dulce, que entona la historia de un terrible engaño. Su único amor, debidamente superado por el hombre, y que ella después de eones no consigue acallar. Es tan típico que podías ir imaginándote la letra sin haberla escuchado antes, y acertabas seguro. Hay pocas cosas de las que hablen en las canciones tristes.

Durante unos años en España, las canciones más tristes hablaban de la droga. Del enganche de ciertas personas, y sólo contemplaron la idea del enganche si había estupefacientes de por medio. No obstante, todos hemos tenido una “droga”, una adicción inquebrantable.

Los más curiosos son los que aman el dolor. No los que disfrutan con prácticas sexuales magullantes, sino los que, por una razón u otra, prefieren vivir compadeciéndose de sí mismos o destruyendo lo que han construido en el transcurso de su vida, para tornarlo sufrimiento y rechazo. Estancamiento.

No sólo creo que la depresión contemple a estos individuos. Hay miles de estados pseudoapáticos que seguro no se tratan en la psicología.

Vaya un día que llevo.

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